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Expresiones que deberíamos desterrar ASAP

En el cuento Las hadas, de Charles Perrault, un hada embruja a dos hermanas cuando van a por agua a la fuente. A partir de entonces, la pequeña expulsa rosas, perlas y diamantes cada vez que habla. Mientras que la mayor regurgita sapos y serpientes.

Qué pasaría si el hada tuviera el poder de ir más allá de las páginas de un cuento que los niños de hoy ya no leen y apareciera en el metro, en la cola del LIDL, en el banco donde se sientan a fumar los chavales, en la agencia. Qué pasaría si tuviera que decidir cómo embrujarnos, basándose únicamente en nuestra manera de hablar, en nuestro uso del idioma. Salvo honrosas excepciones, es probable que la mayoría de nosotros escupiéramos retorcidas culebras, sapos venenosos, ansiosos por echar a saltar.

No es cuestión de purismo (o no solo). El español está vivo. Es la lengua materna de más de 472 millones de personas, según el Informe 2016 del Instituto Cervantes. Es patrimonio de todos. Porque lo hemos construido entre todos. Le hemos dado voz en otro todos. Y eso significa, parafraseando a Millás, que «todos somos coautores de El Quijote. Aunque también de los discursos de Nochebuena del Rey». Dicho de otra forma, todos somos responsables del estado y futuro de nuestro idioma.

Por eso deberíamos desterrar ciertas expresiones comodín que están mermando nuestras facultades expresivas. Particularmente en este sector, donde se propagan con nefastas consecuencias, como si se hubiera producido un ataque químico. Esa es una de las razones por las que, como ocurre con las familias felices, muchas agencias se parecen. Lo corroboras cuando cambias de trabajo. De pronto tienes un deja vu lingüístico («juraría que esto me lo han dicho exactamente así en todas las anteriores agencias»). Y también cuando hablas de curro con amigos o compañeros del sector (la OMS debería desaconsejar hacerlo, por cierto). Pero ya no la palma ningún gatito. Porque, afortunadamente, los gatitos ya no mueren por las cosas que decimos. Pero piensas «joder, ¿tanto cuesta hablar con propiedad?». Veamos algunas de esas muletillas.

«¿Nos sentamos?»

Para empezar, esto te lo dicen cuando estás en tu sitio, tecleando felizmente. Lo curioso es que implica que te levantes para volver a sentarte, esta vez en una sala, para hablar sobre un brief, ver el estado de un proyecto… Llama la atención, entonces, que elijamos un verbo que es reflexivo únicamente porque la acción la realiza uno mismo, pero que en el fondo denota una pasividad brutal. Podría pensarse que se trata de una declaración de intenciones (calentar el asiento y tal…). Pero no estamos aquí para pensar mal —sino para reunirnos.

«Cualquier cosa, me dices»

Esta frase mermada equivale al «quedo a tu disposición para cualquier cosa que necesites». Claro que como eso sonaba muy clásico y formal, decidimos quitar palabras y decir algo completamente hueco. Todos nos hemos encontrado con esta frase alguna vez. En casos de máxima ofuscación, incluso se nos ha escapado. Es el típico cierre de un email. Las cuatro palabras de siempre, cuando concluye una reunión.

La cuestión es qué entiende cada uno por «cualquier cosa». Si fuéramos literales… No, eso no es aconsejable. El caso es que hay mil formas de despedirse, de zanjar un tema y de manifestar tu predisposición a ayudar. Así que, de verdad, basta ya.

«Hacer el ejercicio»

Normalmente esto es algo que quiere el cliente. O que piden los cuentas muy aclientados. Es un eufemismo que entraña una pequeña falta de respeto —por muy disparatado que esto suene. Te piden que rehagas tu trabajo, después de un ejercicio previo, es decir, después de que ya hayas hecho tu trabajo.

Además, «hacer el ejercicio» tiene un componente de ensayo y error. Y de capricho. «Nos piden que hagamos un ejercicio tipográfico», «quieren que hagamos el ejercicio en azul cobalto y comic sans». Cosas así.

«Se lo chutamos al cliente»

Esta es de las peorcitas. Puede que sea una forma de decir «se lo envío al cliente con la misma rapidez y precisión con la que Messi hace un pase». Pero si te pilla el día tonto, puede que se te caiga el alma a los pies. E incluso que cocees a quien tienes delante. Porque, sinceramente, a nadie le gusta que traten su trabajo a patadas. Ni siquiera metafóricamente.

Cualquier expresión que incluya la palabra «call»

No hay necesidad de decir «call». Se mire por donde se mire, no la hay.

«Darle una vuelta»

Como si no le hubiéramos dado ya las suficientes antes de presentarlo. Pues no. Hay que seguir dándoselas, hasta que no sepas si lo que tienes entre manos es un trabajo creativo o la peonza de Inception. Siempre quedará la duda de si esa será o no la última vuelta.

La zona de confort

Estar en ella, vivir en ella, morir en ella… O salir de ella. Cualquier expresión que remita a la famosa zona de confort resulta de todo menos confortable. Hubo un tiempo en el que solo se hablaba de ella en TED. Y así estaba bien. Pero de pronto esa zona se convirtió en un lugar común. La solución a todos los problemas profesionales e, incluso, personales. Hablamos de ella. Anclados en ella. Da mucha pereza.
Podríamos seguir comentando expresiones como «vamos a pelotear», «tenemos un marrón», «es una acción con una pata digital», «lo necesitamos para ya/ASAP», «¡pero que sea viral!»… pero queda suficientemente claro el punto.

Así que para terminar solo nos queda invitarte a que te preguntes cómo quieres que sean las palabras que salen de tu boca. ¿Como las rosas, las perlas y los diamantes? ¿O como las culebras y los sapos de Perrault?

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